miércoles, 10 de octubre de 2012

Dinero.

 



Dinero. Rey de lxs ricxs, tirano de lxs pobres y Dios de todxs.

Dinero. Dinero. Dinero. No podemos caminar dos pasos por la calle sin ver un cartel con el precio de algo: oferta, nuevo, sólo durante esta semana, descuento. Salir de casa sin dinero se vuelve una hazaña prácticamente inaudita, salvo si vives en una zona estrictamente rural o en una comuna hippie. Hemos llegado a una situación en la que necesitamos el dinero para comprar nuestro bienestar, para disfrutar nuestro ocio, para conservar nuestra autoestima (o ganarla), para conquistar al amor, para vivir como se espera que vivamos. 

Morimos por ganarlo, matamos por perderlo, lo derrochamos sin cuestionarlo.

El trabajo ha dejado de ser algo útil, gratificante y un esfuerzo para el bien colectivo de una comunidad o país, para ser algo esclavizante, agotador, estéril y al servicio de unxs pocxs. Eso cuando lo hay. Porque en un país como España, donde la tasa de paro alcanza cifras desorbitadas y va en aumento, el empleo además se ha convertido en un bien escaso por el que hay que pelear a toda costa, y eso aún con los módicos sueldos que se abonan por su desempeño. Es vergonzoso. 

Siguiendo nuestro refranero, y ahora más que nunca, podemos afirmar que esta situación es el pan de cada día, que esto se paga con el sudor de tu frente, y que sabemos lo que vale un peine.

Dinero. Maldito dinero. No podemos escapar de su poder, pues estamos sujetos a su influjo cual marionetas: la bolsa, la prima de riesgo, la deuda pública, los impuestos. Pero, como todo en esta vida,  sí podemos intentarlo. 

Si el dinero es la divinidad de nuestros días, convirtámonos en ateas.


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